Son las 7:50 de la mañana de un lunes cualquiera en 2004. En un vecindario tranquilo de Norteamérica, mientras terminas el desayuno sin demasiadas preocupaciones, un mensaje inesperado aparece en tu ordenador: “No se pudo enviar el correo”.
Lo curioso es que no habías enviado ningún correo. Intrigado, abres el adjunto. Letras y números al azar llenan la pantalla, y piensas que no es nada importante. Apagas el ordenador y te vas al trabajo, sin saber que acabas de desencadenar uno de los ciberataques más grandes de la historia.
Así comenzó Mydoom
Lo que descargaste era mucho más que un archivo inofensivo. Dentro de ese adjunto se escondía un gusano, un subtipo de virus conocido como worm, diseñado para replicarse de forma masiva. Era ligero, pesaba sólo 33 kilobytes, pero fue suficiente para cambiar el panorama de la ciberseguridad.
En cuanto el archivo entraba en tu sistema, el virus creaba varios elementos esenciales para su funcionamiento. Uno de ellos, el archivo taskmon.exe, se encargaba de replicar el gusano, enviando copias a todos tus contactos por correo electrónico. Otro archivo, shimgapi.dll, abría puertos en tu ordenador para que los atacantes pudieran acceder remotamente. Y, por si fuera poco, también registraba todo lo que hacías en tu ordenador.
Recuerdo que cuando empecé a analizar el caso de Mydoom, una de las cosas que más me impresionó fue su capacidad de propagación. Para el mediodía del 26 de enero, internet a nivel mundial ya había reducido su velocidad en un 10%.
Uno de cada diez correos electrónicos estaba infectado. Era como ver caer fichas de dominó, y todos los expertos en seguridad sabíamos que este no era un virus cualquiera.
Un virus con un objetivo claro
Mydoom no buscaba destruir sistemas ni pedir rescates como otros virus. Su misión era simple y directa: saturar los servidores de la empresa SCO Group mediante un ataque DDoS (denegación de servicio). SCO era conocida por sus disputas legales con la comunidad de software libre, y este ataque parecía ser una forma de represalia.
Durante 11 días, la variante original de Mydoom (llamada Mydoom.A) inundó los servidores de SCO con tráfico falso, obligándoles a cerrar su página web temporalmente.
Aunque la teoría más extendida era que miembros enfadados de la comunidad de Linux estaban detrás del virus, nunca se pudo confirmar. ¿Fue un acto de venganza? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero las consecuencias fueron devastadoras para SCO, que terminó cerrando sus puertas cinco años después.
El virus “muta” a nuevas variantes
Lo que ya era malo, pronto se volvió peor. Solo dos días después del primer ataque, apareció una nueva variante: Mydoom.B. Esta versión tenía un objetivo diferente: atacar los servidores de Microsoft. Sin embargo, esta variante tuvo un éxito menor debido a que la gente empezó a estar más alerta, y cada vez menos usuarios caían en la trampa de descargar archivos sospechosos.
Recuerdo que durante esos días hablé con colegas del sector sobre cómo el virus se adaptaba. Era fascinante y aterrador a la vez. Cuando la estrategia del correo electrónico dejó de ser efectiva, nació la variante Mydoom.C, que utilizaba los puertos abiertos por las versiones anteriores para infectar los sistemas de forma automática. Era como si el virus estuviera aprendiendo de sus errores.
El impacto de Mydoom en el mundo informático
El legado de Mydoom no se mide solo en dólares, aunque el coste estimado asciende a 52 mil millones si ajustamos por inflación. Este virus marcó un antes y un después en la ciberseguridad. Nos obligó a todos a replantearnos nuestras prácticas de protección digital y a ser mucho más cuidadosos con cómo manejamos nuestros correos y archivos.
Hoy en día, contamos con herramientas mucho más avanzadas para protegernos, como los mejores antivirus gratis que te permiten mantener tu sistema a salvo sin gastar un euro.
Sin embargo, Mydoom nos dejó una lección que sigue siendo vigente: la importancia de la educación en ciberseguridad. Porque al final, el eslabón más débil sigue siendo el usuario.
¿Qué podemos aprender?
Mydoom es un recordatorio de cómo una acción aparentemente inocente puede desencadenar un desastre global. Descargar un archivo sin verificarlo puede parecer algo trivial, pero las consecuencias pueden ser enormes. Por eso, siempre insisto en tres cosas fundamentales:
1. Lo más sensato es no abrir correos de remitentes desconocidos y mucho menos descargar archivos de esos remitentes.
2. Mantén tu sistema operativo y programas actualizados.
3. Utiliza un buen antivirus, aunque sea gratuito.
Mirando hacia atrás, no puedo evitar sentir una mezcla de admiración y temor por lo que significó Mydoom. Admiración por la complejidad técnica que logró con tan solo 33 kilobytes, y temor por lo fácil que fue para millones de personas caer en su trampa.
Pero si algo nos ha enseñado este virus, es que la mejor defensa siempre será estar informados y preparados.